El Lavadero de los Barruecos |
El interés de
los catalanes por el mercado lanero cacereño se advierte ya al poco de su
llegada, si bien como una parte más de sus múltiples tratos, pero no, en
principio, como la fundamental. Esto no sucederá hasta la tercera década del
siglo XIX en que los hermanos Calaff harán una apuesta definitiva en esta
dirección y convertirán el tráfico con lanas en su principal fuente de
ingresos, culminando así los tres estadios en torno a los que configuran sus
actividades los catalanes en Extremadura. En 1828, tras la separación de Miguel
Calaff de la compañía de comercio Viuda de Segura Tomás y Compañía, junto con
su hermano José Policarpo compra a la Condesa de Torrearias el Lavadero de los
Barruecos -el más importante de los tres que funcionaban en Cáceres-, por valor
de 340.000 reales. Por esas fechas, según las informaciones contenidas en el
Vecindario de Cáceres de 1828, el total de lanas lavadas ascendía a 50.000
arrobas, la mayor parte de las cuales eran tratadas en el mencionado lavadero.
Aunque no se
conservan datos acerca del funcionamiento del lavadero para la primera mitad
del siglo XIX, los que conocemos para la segunda permiten establecerlo con
claridad y, salvo matices, hacer extensibles algunas de las conclusiones
obtenidas para todo el período aquí considerado, desde las formas de
aprovisionamiento, hasta el siempre complicado asunto de estimar los costes de
producción y el destino final de las remesas de lanas.
Lanas vendidas por Miguel Calaff en 1862 |
En cuanto a la
adquisición de lanas durante el año 1862 -al que aparecen referidos cuantos
cálculos se expresan a continuación-, el lavadero se surte de lanas leonesas,
finas riberiegas y negras en los esquileos de la jurisdicción de Cáceres, lo
que supone el 38,06 % de las 18.415 arrobas que compran los Calaff. En las
comarcas meridionales extremeñas los acopios más importantes se realizan en
Mérida, Almendralejo, Zafra y Fuente del Maestre, hasta completar el 41,1 %; el
20,8 % restante procede de las Vegas Altas del Guadiana (de Don Benito,
principalmente).
Una vez
conseguidas las remesas de lanas, cuyos precios variaban en función de su clase
y calidad, eran llevadas al lavadero para ser tratadas y, posteriormente,
enviadas a diferentes puntos de la geografía nacional y europea.
En el capítulo
de gastos, los derivados de la adquisición, esquileo, recogida y transporte
representan el 45,0 % y albergan notables diferencias según las zonas de
procedencia de las remesas. Las compradas en los esquileos cacereños, en
contrapartida a que por ser las de mejor calidad registran los precios más
elevados, conllevan unos menores gastos de acarreo; por el contrario, las
procedentes de tierras pacenses unen a unos precios más bajos unos desembolsos
superiores por comisiones y transporte. El lavado de la lana absorbe el 36,76 %
(tratamiento, jornales para mantenimiento de las calderas y embalaje), de donde
resulta un coste medio por arroba lavada de 4,1 reales.
Por diversos
motivos, relacionados con el hecho de que no a todas las lanas se da salida el
año en que se adquieren, en las estimaciones de beneficios se ha de operar con
extremada cautela, pero los resultados ponen de manifiesto la importancia del
capital que movía una empresa lanera. En el año considerado, el valor de las
18.415 arrobas de lana se eleva a 1.548.251 reales, mientras que las 12.540,5
arrobas que saca al mercado le reportan un total de 1.851.895 realess. Si a la
primera partida se añaden los costes de esquileo, transporte y tratamiento de
la materia prima (134.529 reales), el valor global del desembolso es de
1.682.780 reales que, deducidos del producto final que recoge la contabilidad
(1.863.355 reales), arrojan un saldo líquido de 180.575 reales, a los que
vendría a añadirse el producto de las 5.887 arrobas que, ya lavadas, se
almacenan para darles salida en posteriores ejercicios. Una primera conclusión
que se desprende a partir de todo lo expuesto parece evidente: la rentabilidad
que aseguraban estas empresas se encontraba muy por encima de la que
proporcionaban otras actividades dominantes en Extremadura hasta entonces, como
la explotación de la tierra o la renta inmobiliaria, amén de permitir unos
amplios márgenes de beneficio susceptibles de orientarse en otras direcciones.
Y todo ello a la vista de que, para entonces, la calidad de estas lanas, con
relación a las que durante el primer tercio del siglo salían de Extremadura,
era sensiblemente inferior.
Entidades y comerciantes relacionados con Miguel Calaff |
La fase final
del proceso, concerniente a la comercialización de la lana, permite dibujar con
detalle la red de intercambios configurada en torno al mercado lanero
extremeño, los puntos de destino de la materia prima y el área de actuación de
la empresa de Miguel Calaff. En el exterior, y a diferencia de lo que ocurriera
en la primera mitad del siglo, las fábricas de tejidos portuguesas de Covilha
acaparan el mayor porcentaje de las arrobas vendidas (el 40,2 %); Inglaterra,
por el contrario, ha pasado a ocupar un segundo lugar, pero mantiene operativa
la estructura comercial configurada en aquel período. Desde Sevilla, el agente
de los Calaff, José María de Ibarra, concierta todas las operaciones con la
firma londinense Anselmo de Arroyave y Cía., destinataria en exclusiva del 25,7
% de la lana comercializada. En ambos casos las sacas y saquetas que se remiten
son de la clase leonesa, en sucio, pero también lavadas de ganados finos
riberiegos y de “piaras”, de menor calidad, esquiladas en el Lavadero de los
Barruecos. Por razones que desconozco, el precio final de algunas de estas partidas
se multiplica por cuatro con relación al de compra, lo que no ocurre con otras
lanas lavadas o en sucio que también se exportan. En Francia es el comerciante
Próspero Cartier, de Santa María de Oleron, quien recibe el 11 % del total de
lanas vendidas.
En el mercado
interior Extremadura absorbe el 19,6 %, sin que se conozca con exactitud el uso
que a estas remesas dieran los tratantes cacereños como Jorge Rocandio, vecino
de Alcántara, que a buen seguro exportara algunas a través de la frontera
portuguesa con destino a Lisboa. Las cantidades vendidas a fabricantes de Béjar
suman 350,9 arrobas, mientras que a Cataluña sólo se envían 228,7 arrobas,
destinadas a los Señores Vinuesa y Compañía, de Barcelona, y Fontanet Hermanos,
de Sabadell. Sin embargo, la firma comercial demuestra un interés creciente por
consolidar las relaciones comerciales con los enclaves textiles catalanes,
según se desprende del intercambio de correspondencia con los fabricantes de
Sabadell. El 29 de enero de 1862, la Fontanet y Hermanos solicita de Miguel
Calaff una partida de lanas, a lo que éste responde que “en jugo” no contaba
con ninguna existencia y sí con 3.500 lavadas, aunque comprometidas ya con
compradores extranjeros. Pero explica que “si bien, por otra parte, suponía yo
que a ustedes no les convienen lanas lavadas, porque habiendo hecho el
experimento más de una vez con muestras para Cataluña, como me ha sucedido
últimamente con 6 sacas que deben hallarse sin vender en casa de los Señores
Coll Hermanos y Barba, de Barcelona, he visto ya por experiencia que es mal
negocio el envío del lavado”. Ante tal eventualidad, y dado el escaso interés
que demuestran los fabricantes catalanes por las lanas lavadas, Calaff les
remite 25 sacas, vía Sevilla, incluyendo en ellas lanas de todas clases,
“porque es la manera de apreciar mejor el valor de unas pilas llevando
vellones, añino, caídas y peladas” y manifestarles de ese modo “una prueba del
deseo que me anima en hacer negocios con su respetable casa”.
Consideraciones
finales
Fue otro
erudito cacereño, Miguel Muñoz de San Pedro, descendiente de una familia de
cameranos logroñeses que llegó a Cáceres por la misma época que los catalanes
estudiados, quien, para explicar lo efímero de esta burguesía cacereña que se
consolida a lo largo del siglo XIX utiliza un argumento, no carente de interés,
pero mediatizado sin duda por la traumática experiencia de sus paisanos, los
García Carrasco, cuya quiebra sobrevino a mediados de la centuria por una mala
jugada en la bolsa madrileña: “En el fondo de todo aquello había, sin duda, en
lo económico, algo momentáneo y artificial, porque las bases de las grandes
casas señoriales eran sólidas, asentadas en las inmensas dehesas, mientras las
de los García Carrasco se sustentaban en operaciones financieras, sujetas
siempre a los inestables azares de la fortuna”. De aplicarse el análisis en los
términos expuestos exclusivamente, quedarían al margen otras razones cuya
influencia en lo limitado del fenómeno que se estudia no debe minusvalorarse.
Cabe destacar,
en principio, una muy difícil capacidad de renovación y autoperpetuación del
mundo que estos catalanes estaban contribuyendo a construir. Fuera de los
pioneros como Juan Busquet, los Segura o los Calaff, escasea entre sus
descendientes una preparación para los negocios y un espíritu tan emprededor
como el que aquellos habían mostrado. Dejando al margen la escasa apertura de
estrategias familiares que promovieron, la tan traída y llevada cuestión de la
iniciativa empresarial fue algo que, al contacto con Extremadura, no consiguió
arraigar más allá de esa primera generación. En ocasiones por la propia
incapacidad demostrada por los herederos de los comerciantes para los negocios,
pero sobre todo porque la tierra ofrecía otras alternativas más “tradicionales”
que, a corto plazo y con menor asunción de riesgos, procuraban una más que
evidente rentabilidad. Y así lo entendieron y pusieron en práctica muy pronto
los Segura y los Calaff, si bien esta particularidad iba a poner pronto en
evidencia sus límites y contradicciones.
Otra
circunstancia, que incide en el mismo sentido de los argumentos expuestos
anteriormente, concierne a lo limitado de los recursos que han de disputar y la
necesidad de compartirlos con otros individuos llegados a Extremadura en
idénticas condiciones y con parecidas inquietudes. La demanda de los productos
en que traficaban podía verse incrementada en fases muy concretas, pero el
contexto de la economía extremeña del siglo XIX no permitía las potencialidades
que en otras partes del territorio nacional se estaban dando. A principios de
la década de los treinta, por citar un ejemplo significativo, las
aproximadamente 50.000 arrobas que cada año salían de los lavaderos de lanas
cacereños, las 25.000 fanegas de cerales, 4.000 arrobas de aceite y 3.000 de
vino que producía la capital debían disputárselas, además de con los
arrendadores decimales, con las diferentes casas de comercio que existían, y
las necesidades consuntivas que deparaba una población de 6.412 habitantes, que
ocupaban 1.334 casas de habitación, no daban para muchas alegrías.
Quedaría por
abordar, finalmente, siquiera a modo de línea de investigación en la que habrán
de incidir futuros estudios, el tema del compromiso político que asumió esta
burguesía en tierras extremeñas en el contexto de la crisis del Antiguo Régimen
y la Revolución Liberal. De su participación en la vida municipal no faltan las
noticias que dan cuenta de cómo José Segura Soler fue elegido concejal de
Cáceres en 1812, 1820 y 1833; Miguel Calaff en 1833, 1835 y 1836; Santiago
Calaff en 1836; Manuel Segura Ramón, por su parte, asumió la alcaldía en 1836 y
Ramón Calaff en 1840. Su actuación, no obstante, iba a verse reducida a este
ámbito local, consecuencia probablemente de haber sentido muy cerca la azarosa
experiencia vivida por sus convecinos cacereños, la otrora todopoderosa familia
García Carrasco, en su intento de traspasar las estrechas barreras de la
política provincial y acceder a las esferas de la nacional, coto aquel
reservado hasta entonces a las tradicionales oligarquías de campanario
extremeñas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario